La Libertad: Fosas clandestinas y su relación con la minería ilegal en Pataz
El aire de Pataz siempre huele a muerto fresco. “Anoche hubo una matanza en las minas de Pueblo Nuevo”, es la oración antes de tomar el desayuno. La población se ha acostumbrado a vivir con el miedo y el ‘ay Dios’ pegadito a la almohada. Y los criminales liban licor y engordan sus billeteras a la salud de los fallecidos. Pataz, es un lugar en donde puedes matar a pleno luz del día y si te equivocas de víctima, puedes volver a cargar la recámara de la pistola y jalar el gatillo por segunda vez, y no pasa nada. Nadie va a delatarte con la policía y si hay una denuncia, no te preocupes, los efectivos del orden irán a tu casa para picarte un billete lleno de ceros y no para detenerte. El redactor de la nota ha tenido acceso a documentos clasificados, a sobrevivientes de esta guerra absurda y a criminales que han puesto su gota de sangre para teñir el páramo de la sierra liberteña. Infolibertad publicará las historias en capítulos, para que los lectores conozcan la historia feroz completa.
¿Cuál es tu fruta favorita? ¿La lima? ¿En serio?… No te desesperes en buscar papel higiénico, yo siempre cargo con un pedazo para limpiar estas lágrimas flojas. Mira, aquí está, siempre lo ando en el bolsillo de mi camisa. ¿Quizá piensas que soy un demente? ¿No? ¿Seguro? Te creeré, pues. ¿Sabes? Siempre que escucho la palabra lima o veo ese color verde o amarillo del fruto. Derramo lágrimas hasta que mis ojos se escaldan… ¿Qué? ¿Qué quieres saber el motivo de mi trauma? Ahí te va: El 2 de febrero del 2024, 8 criminales hicieron astillas mi tranquilidad interior. Desde ese día me condenaron a vivir con pedazos de muertos pegados en mis pestañas. Es horrible. Cada que lo recuerdo, me duele, me arde, me quema, eh… exacto, no sé definirlo con precisión… ¿Qué dijiste?… Sí, sí. Repite. Recordar es tirar alcohol a una herida fresca. Esa es. Tú me entiendes.
Ahora lo estoy volviendo a vivir todo: mira, yo estoy entrando a la mina de ‘Palermo’ [Gregorio Palermo Segura Marcelo], un hueco dentro de la ‘Las Tolvas’, ubicado en el sector Pueblo Nuevo, distrito de Pataz, provincia de Pataz. —Resalto: ‘Pueblo Nuevo’, porque es momento que se sepa, que ese pequeño caserío procreó y sigue procreando criminales altamente peligrosos. Allí han encontrado a personas que les dan sombra y cobijo, y ellos pagan esa protección desmedida de la única manera que saben hacerlo: jalando el gatillo. En esos callejones hay mapas sangrientos. Hay tristeza, gritos desesperados y dolor—. Son las 7:40 de la noche, a mi costado derecho, camina ‘Lima’, un hombre de estatura mediana, de contextura media, ni muy hueso, ni mucha grasa, de piel morena, rostro de piedra, no sonríe, pero no deja de ser amigable. La violencia del tiempo lo ha dejado sin pelos. Al otro lado de mi costilla, se desplaza un chibolo, de mirada del amanecer, la barba aún no ha bautizado ese rostro redondo. Y aunque no me creas, es el único recuerdo que conservo de esa criatura, porque era la primera y última vez que lo vi. A eso de las 6:20, el jefe nos distribuyó en cuadrillas para entrar a la mina. “Nos falta gente, muchachos. Varios han bajado de vacaciones a Trujillo. Por eso, hay que hacer doble turno. Tú y tú van a chancar la piedra, luego lo llenan y lo cargan los costales. ‘Lima’, tú apóyalos a los dos nuevos”.
¿En donde iba? Ah sí: de camino a la mina, mi cuerpo iba relajado, otras veces atrás, me avisaba, cuando algo malo iba a ocurrir. Me entraba sueño. O pereza. O desgano. O el bolo no armaba. O tenía los nervios de un caballo de pura sangre, ante un pequeño movimiento, me ponía en posición de guardia… Íbamos con paso acelerado y en un pestañeo de la luz del foco minero, aparecieron 8 hombres, cubiertos el rostro con pasa montaña, con las manos fijas en el fusil de largo alcance y en sus miradas no había ningún destello de inocencia. Nos quedamos congelados como una película en pausa. En eso, se acerca un joven flaco con el fusil al hombre, me rodeó, puso su nariz cerca a la mía, quería oler mi miedo. Retrocedió tres pasos, tomó distancia y soltó el culatazo en las piernas. Me doblegó. Me arrastré de dolor en el suelo. Repitió la misma operación con mis acompañantes. Una vez que nos tenían sumisos, besando el suelo, listos para el matadero, cedió el paso a un hombre más chapado, entrado en músculo. Éste templó mis brazos hacia atrás y los amarró con furia, el hilo cortó mi piel. Atados los tres, comenzó el interrogatorio sangriento. A ‘Lima’ le metieron un culatazo en la espalda, parte alta. A mí me quitaron el aire de las costillas. Al chibolo le aventaron un zapatazo seco, de lleno en el ojo izquierdo. “¿Cómo te llamas?”, consultó y soltó un puntapié por el pecho. “Titi, para los amigos’. Tenía el apelativo del actor de la telenovela: ‘Sin senos no hay paraíso’. Ni bien escuché el apodo, supe que era hombre muerto. En Pueblo Nuevo se ponen esos sobrenombres de personajes narcos dizque para entrar a las grandes ligas del hampa. “¿Y tú que te llamas?”, arremetió y puso una bota en la cabeza. “Me dicen ‘Lima’”, respondió con la boca chorreando barro fresco. “Se botó el pescado. Se botó el pescado. Inge., marca tu pescado”, informó el encapuchado. Sonó dos disparos. Pedazos de carne y chorros de sangre se pegaron en mi rostro. Moví la cabeza como un demente, quería sacudirme los restos de muerto, sentí mucho asco. Un cañón frío soba mi oreja. Presioné los dientes y me resigné a ser un cadáver que se diseca entre las piedras de la mina. De repente, una voz de mando cortó la escena de terror. “Por la puta mare, están haciendo mucha bulla, huevones. Vamos ya. Nos hemos demorado mucho tiempo, ya no demoran en caernos”. Del silencio emergió la pregunta: “¿Y qué hacemos con este loco?”. “Sáquenlo afuera y tírenlo por el río. Pero ya no podemos quedarnos un minuto más. Muévanse, por la puta mare”. En eso, siento un tirón de los brazos, mis huesos sonaron, no reclamé, porque tenía el miedo clavado en la boca. Me paré y con el rabo del ojo derecho, los barrí por última vez a mis compañeros de trabajo e infortunio, habían soltado el último de los últimos respiros hace unos 10 minutos. “Camina, huevón”, solicitó un pistolero y me empujó: “Si quieres seguir respirando, síguelo a mi causa”, advirtió y dejó reposar el cañón del arma larga en la espalda. Ahí supe a que a tenerme: si se te ocurre hacer una pendeja, la bala que reposa en mi cacerina, te atraviesa el pecho. El mensaje era tan certero que ni siquiera puse resistencia. Bajé un peldaño, el segundo, el tercero, en mi mente le rezaba al único santo que nunca me ha fallado: La Virgencita de La Puerta, ‘La Mamita’, nunca me ha dejado en visto, siempre me ha respondido. Así bajé hasta el escalón 80. Ahí había cuatro encapuchados. Uno de mirada construida por el odio, con su lampara enganchado en el casco minero, alumbraba a los costados, arriba y abajo. Los otros tres envolvían con frazadas a un cuerpo. “¿Qué todavía no terminan? —consultó el jefe—. Hoy, están lentejas. ¿Qué pasa? ¿Les tiembla los huevos? Ingeniero, mete la mano para avanzar”. Luego se dirigió a mí: “Y tú huevón, ponte a un costado”. Y con su lámpara ilumina el terreno para no caerme al abismo. La luz le cae de lleno a un rostro: tiene los ojos abiertos, blancos, boca abierta e hilos de sangre caen por el mentón.
Ahora arrastran a un cuerpo, la sangre mancha las rocas, deja una huella visible en toda la carretera de la mina, a unos diez pasos, lo tiran por un pique, un hueco se tragó ese cadáver. Ahí terminan los sin nombre, descansan sin una cruz. Dejan este mundo sin una lágrima de un familiar como símbolo de despido terrenal. El ambiente huele a sangre, miedo, crueldad. Yo solo rogaba que me maten afuera de la mina, para que mi familia recoja mis huesos y pueda velarme, llorarme y enterrarme en un mausoleo, y cada año, en el día de los muertos, me dejen flores blancas.
Después de terminar su marcha fúnebre de lanzar cuerpos por esas piedras filosas y resbaladizas del nivel 2660 de ‘La Poderosa’, me arrastraron a la salida y en el primer abismo que nos tomamos, me empujaron. Pero como ya me había encomendado a ‘La Mamita’ más de una media hora, me quedé enganchado en una piedra. La oscuridad estaba espesa. Esa noche, me acompañó Dios, el frío, el croar de los sapos, el brillo de las luciérnagas, el sereno de la sierra y el dolor de la clavícula, porque al momento de caer, una piedra filuda me rompió el hueso.
A eso de las 5 de la madrugada, empecé a ver desplazamiento de los obreros, los focos mineros se movían en el cerro. Era una señal que la dura y agotadora jornada ha terminado. Lancé gritos de mujer parida. Silbé hasta que unas manos bondadosas llegaron por mí.
Ni bien vi partir la primera camioneta de Pueblo Nuevo, me trepé en ella, no pregunté, si baja a Trujillo. A mí solo me importaba abandonar ese pueblo que no brinda justicia a las víctimas. El primer vehículo llegó hasta Pallar. Al momento de pagar, le conté mi trágica historia al chófer. Gracias a Dios, el conductor, un hombre que le ha pasado todos los años por encima y la vida le ha regalado la experiencia para diferenciar un relato verdadero de un falso. Entendió mi desespero. Sacó 50 soles y me regaló. “Chapa cualquier carro y desaparece, no vaya a ser que se enteren que la muerte te vomitó y te busquen para terminar el trabajo fallido”, aconsejó. Caminé y carro que pasaba, le alzaba los brazos, para que me jalen un tramo más. Después de 45 minutos de caminata a pie, paró una camioneta, y me levantó hasta Shorey. Y de trasbordo y trasbordo, llegué a mi hogar, a mi pueblo que huele a eucaliptos. ¿Sabes? Recién he comprendido que mi ambición de ganar plata fácil en la mina, me llevó a pagar una factura muy violenta: la mano derecha lo tengo inválida. El clavo no me deja alzar peso, ni trabajar en la chacra. Por el momento, mi hermanita me lleva el pan de cada día. Soy una carga para ella. ¿Entiendes?
¿Ya te diste cuenta del porqué odio a la lima? No soporto ni la fragancia de esa planta. Cada que veo esa fruta, me recuerda a mi causa fallecido.
Firma: Un sobreviviente que no desea que salga su nombre, porque sabe que su futuro inmediato será un balazo.
Datos:
- Alías ‘Lima’, responde al nombre de Oscar Raúl Wong Alvarado y figura como desaparecido en la comisaría de Chagual.
- Según los informes policiales el mote de ‘Titi’, le pertenecía a Samuel Josué Segura Cruz.
- Cuando el policía de investigación, lo sentó al informante —de la nota periodista—, en el sillón de los acusados, le puso varias fichas Reniec y le soltó apelativos de los cabecillas de organizaciones criminales que siembran terror en Pataz. “Este es el Gordo Jhon. El otro es Cuchillo. Y este es Gato Cote. Y este huevón es ‘El Lagartija’. ¿Para que quién has trabajo?”. Él respondió macizo y sin alterar un músculo del rostro: “Para Gregorio Palermo Segura Marcelo, conocido en el hampa como ‘Palermo’. O ‘Pale’. O Pablo Escobar de Pataz”.
- ‘Palermo’ se encuentra recluido en el penal de máxima seguridad de Challapalca. No hace ni un mes que lo han lanchado del centro penitenciario ‘El Milagro’, en donde fue aparar, después que la policía golpeó la base sólida de su organización criminal.